domingo, 7 de mayo de 2017

Allen Ginsberg y William S. Burroughs. Las cartas de la ayahuasca. (1953-1963)





“Entré en una cantina y tomé aguardiente y puse música de las sierras en la máquina automática. Hay algo arcaico en esa música que resulta extrañamente familiar, muy antiguo y muy triste. Indudablemente no tiene origen español, ni tampoco es oriental. Música de los pastores tocada en un instrumento de bambú parecido a una flauta de Pan, preclásico, etrusco quizás. Una música similar he oído en las montañas de Albania, donde subsisten elementos raciales pregriegos, ilirios. Esa música traía una nostalgia filogenética, ¿de la Atlántida?”

“Guayaquil. Todas las mañana se oye el clamor de los chicos que venden Luckies por la calle: ¿Seguirán gritando “a ver Luckies” de aquí a cien años? Miedo de pesadilla del estncamiento. Horror de quedarme finalmente clavado en este lugar. Ese miedo me ha perseguido por toda América del Sur. Una sensación horrible y enfermiza de desolación final.”

“Hablo del sudamericano en su mejor expresión, una raza especial en parte india, en parte blanca, en parte sabe Dios qué. No es, como suele pensarse al principio, fundamentalmente un oriental, ni pertenece a Occidente. Es algo especial, distinto a cualquier otra cosa. Se ha visto impedido de expresarse por los españoles y la iglesia Católica. Lo que se necesita es un nuevo Bolívar que realmente arregle las cosas. Pienso que esto es lo que esencialmente está en juego en la guerra civil colombiana: la escisión fundamental entre la potencialidad sudamericana y la represión española, temerosa de los tabúes. Nunca me sentí tan decididamente de un lado e incapaz de percibir alguna característica redentora del otro. América del Sur es una mezcla de razas todas ellas necesarias para alcanzar la forma potencial. Necesitan sangre de blancos, como lo saben –el mito del Dios blanco- y qué es lo que consiguieron sino esa porquería de españoles. Con todo tuvieron la ventaja de la debilidad. Nunca hubieran conseguido echar a los ingleses de aquí. Hubieran creado esa atrocidad conocida como un País de Hombres Blancos.
América del Sur no obliga a la gente a ser anormal. Uno puede ser homosexual o drogadicto y no obstante conservar su posición. En especial si uno es educado y tiene buenos modales. Hay aquí n gran respeto por la educación. En los Estados Unidos uno tiene que ser un anormal o vivir en un lúgubre aburrimiento. Hasta un hombre como Oppenheim es un anormal, tolerado por su utilidad. No te equivoques, todos los intelectuales son anormales en los Estados Unidos”

“Tomé una taza, un líquido un poco viejo, preparado hacía varios días y por consiguiente algo fermentado; me acosté y al cabo de una hora (en una choza de bambú afuera de su cabaña, donde cocina), empecé a ver o a sentir lo que me pareció el Gran Ser, o algún sentido de Eso, que se aproximaba a mi mente con una gran vagina húmeda, me acosté en ella durante un rato, la única imagen que puedo identificar es la de un gran agujero negro de la Nariz-Dios a través del cual yo atisbaba un misterio, y el agujero negro rodeado por toda la creación, en especial, serpientes de colores, todo real.
Su sentido era de tal manera real que me pareció ser de algún modo lo que esa imagen representaba.
El ojo es una imagen imaginaria, que da vida al cuadro. También una gran sensación de bienestar en mi cuerpo, nada de náuseas. Se prolongó en distintas fases unas dos horas, los efectos pasaron al cabo de tres horas, la fantasía misma duró desde tres cuartos de hora después de haber bebido hasta dos horas y media más tarde aproximadamente”.

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