La
caída
Sobre el oro combustible
delante de los mares y los vientos,
a mi derecha y a mi izquierda,
que aún no existían,
mis cabezas en potencia
brotaban del cobre
y robaban el clarinar.
Pero faltaba una oreja para
escucharlos,
y acá estoy ante mí mismo, la
bestia,
el sonido se recibía en mangas
profundas,
y acá estoy ante mis llagas,
la luz
bajo sus colores
impenetrables, y el ojo ve
y acá estoy ante mi cuchillo,
mi mirada
en un espejo a la vuelta de la
esquina,
ante el asesino mi doble
oh, te amo sólo a vos,
en el nombre de que sólo amo
lo que amo,
me has dicho, el acero de tus
ojos en los míos muertos:
“Yo mismo, oh, mi piel mojada
en ese agujero, en lo negro,
yo mismo, oh, vos, en el revés
negro de mi piel,
te quiero íntegro porque sólo
vos me faltas para la plenitud,
te quiero íntegro porque te
han cortado de mí,
sos un agujero, sos mi vértigo
como yo soy el agua negra
siempre bajo tus talones,
más profundo que un yunque
cayendo desde hace siglos,
sos un agujero en mí, y en
todo”
¡Serpiente de oro, todavía no
te devoraste!
Y el mar engendrará tu refugio
siempre.
Él, al ir yo entre olas de
pirámides
encastradas bajo la bóveda y
ya derrumbándose
en el agua negra de mis
talones,
reventó sobre mí sus otras
tormentas y vientos,
el aullador volvía
y yo me derramaba en el mar,
con el mar,
los paseantes de la calle ya
no conseguían verme
en toda esta transparencia,
cristal sin burbuja…
de repente todo se perdió en
la náusea
mis múltiples caras renacían
para ensordecerme,
no había querido, no había
gritado quizás,
serpiente de mar, círculo de
oro de las arenas
donde
se incuban tus huevos,
el sol, tu hermano, abriga aún
tu semilla,
tu gloria y tu fama, mis
manos,
¡y decís que voy a pudrirme!
¡y decís que voy a renacer!
y te veo orando orando con el
rosario de mis cadáveres
al filo de las tormentas de
horas y astros en alto
océanos debajo;
¿y decís que voy a morir?
Destituido mi rol de estrella
por un fantasma,
esta vana boca-agujero,
engañado, siempre engañado, corro
por tu hocico, hermano,
tus dientes de mármol aprietan
al decirme:
“Es el fin, el final de la
vuelta,
no quisiste
no quisiste
vas a vivir con tus millones
de caras, las mías,
y viviendo y ahondando como
una arruga en mi frente
sembrá la risa de la serpiente
en la orilla de los mares;
mordé la sirena que te
acaricia la nuca,
sangrá y mordé y regresá,
no quisiste, es el final de la
vuelta
no te engañaron.
Y después escuchá por siempre
y para todos el rosario de
rosarios de rosarios
de vueltas y para siempre yo
soy quien soy
y volvé, agujero, falso vacío,
y estallá
cuando puedas”
Las paredes de las calles
vieron mi cabeza;
no me vieron estallar.
¡Vacío de vacío de vacío!
último trago
retenido en la espuma, millón
de burbujas,
mis caras,
sus caras,
¡las que estallarán
conmigo!
René Daumal (2014) Obra poética completa. Córdoba: Alción.
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